El pasado 19 de abril, cuando se conoció la composición del “nuevo” Consejo de Estado de la República de Cuba, se corroboraron de inmediato las hipótesis de muchas personas en el mundo, en torno al ocupante del cargo de presidente de Cuba. Ya se sabía de antemano la persona privilegiada, o mejor dicho, escogida para suceder la dinastía castrense, la cual dio inicio a una nueva etapa en la historia nacional, después de materializarse el triunfo revolucionario del 1ro de enero de 1959. Ideológicamente, desde varios años antes, ya se venían sugestionando a los partidistas socio-comunistas hacia esa única posibilidad, según queda maquillado y entre líneas, en el discurso pronunciado el propio día 19 de abril por el actual Primer Secretario del PCC Nacional, señor Raúl Castro Ruz.
Pero lo interesante de la noticia no quedaba solo ahí. Muchos habitantes del pueblo cubano de las provincias Villa Clara y Holguín, donde el señor Díaz-Canel Bermúdez ha desarrollado su vida política como dirigente juvenil, secretario de Comités Provinciales del PCC, y hasta como Ministro de Educación Superior; con resultados no muy relevantes, se preguntan: ¿cómo es que ha podido ascender tan rápido, al punto de llegar a ser seleccionado para presidente del país?
Quedaba en dudas la legitimidad de su “elección”, lo que deja aún más al descubierto la falacia del sistema electoral cubano, así como la transparencia, y autenticidad de las autoridades electorales nacionales del país. No se puede pensar que un sistema electoral es totalmente imparcial, si los miembros que la integran son militantes del único partido político del país. ¿Cómo se puede confiar en que se ha seleccionado a la persona correcta; a la que representa mejor los intereses del pueblo, si no se toman en cuenta los criterios reales de ese pueblo?
Es importante resaltar que el mecanismo electoral ya no es funcional ni para el propio Gobierno, porque el pueblo no participa en las denominadas reuniones de Rendición de Cuentas, o en las reuniones ordinarias del CDR o consejo de vecinos, por pura voluntad. Las mismas se han convertido en rutinas comunales, en las cuales los ciudadanos participan, en muchas ocasiones, para reírse de los propios planteamientos no resueltos, o para estar en el chanchullo, el chisme y el brete. Varias investigaciones sociales que he realizado como psicólogo demuestran la imposibilidad de la gente para plantear soluciones reales y alcanzables. El pueblo participa para no buscarse problemas, lo cual convierte a estas reuniones de barrio en procesos cuasi obligatorio, porque si no les merece la mirada cuestionadora de los órganos de Seguridad del Estado; quienes pueden influenciar libremente y sin cuestionamiento sobre cada poblador que se proyecte públicamente en desafecto del sistema político socialista.
Es cierto que el nuevo presidente cubano ha de enfrentar un duro trabajo al mando de un país muy complejo como Cuba: precisamente por la situación histórica que atraviesa, en la cual su población se encuentra desesperada por un cambio político inmediato que la saque del abismo y la crisis económica que ha tenido que resistir a lo largo y ancho del proceso revolucionario que se ha vivido. Tiene el nuevo presidente que construirse su personaje de líder, no con promesas que se pueda llevar el viento, sino con acciones concretas que materialicen aspiraciones y necesidades de toda una nación.
El pueblo cubano se encuentra, en estos momentos, en un estado de incertidumbre, incomparable a cualquier otra situación vivida en el pasado. La propuesta estratégica que el señor Raúl Castro dio a conocer públicamente en su discurso de salida del cargo, ha dejado más lagunas de dudas, que esperanzas en la población. La idea de la cúspide dominante es perpetuar la continuidad de un sistema político socialista que por sí mismo, con la experiencia de los países que lo han vivido, ha demostrado ser ineficiente, obsoleto, pero sobre todas las cosas, impopular. Reflexionemos.
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