La homosexualidad ha cobrado relevancia con el debate del Proyecto de Constitución cubana, que parece abrir las puertas al matrimonio igualitario. Ha sido uno de los artículos más polémicos, oscilando entre la aceptación sin escrúpulos y el rechazo absoluto.
El tema se asocia con la figura de Mariela Castro Espín, directora del Centro Nacional de Educación Sexual de Cuba (CENESEX), institución conocida por su labor en defensa de los derechos de las personas homosexuales. Resulta sospechoso que el liderazgo del centro recaiga, desde su fundación, en manos de una hija de Raúl y sobrina de Fidel. Sus detractores no entienden por qué tenía que ser un retoño de los Castro quien se encargue de lavar los trapos sucios sin reconocer explícitamente su responsabilidad. Para sus defensores, Mariela es la versión “light” de su familia. Alegan que solo una persona del círculo de Gobierno podía restaurar la imagen revolucionaria desprestigiada por las persecuciones homofóbicas de los años sesenta.
Y es cierto. En 1969, cuando New York se estremecía con los disturbios de Stonewall que transformaron el 28 de junio en Día Internacional del Orgullo Gay, Cuba padecía el entumecimiento de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), campos de trabajos forzados donde confinaron una rara mezcla de homosexuales, artistas, creyentes religiosos y cualquiera con reservas hacia el comunismo. Encarnaban una peligrosa desviación ideológica que debía “reformarse”. Resultados: intentos suicidas, deserciones, conversiones, emigración si era posible.
Todas las generaciones cubanas posteriores a la Revolución han sufrido las consecuencias del mismo Gobierno. La primera generación sería la única nacida durante la dictadura de Fulgencio Batista, antes de 1959, que se desarrolló en el socialismo fidelista. La segunda generación dio sus frutos a la par del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba en 1975. La tercera generación, hija del llamado Período Especial, se ubicó en 1989 con la caída del muro de Berlín, fecha que coincide precisamente con la fundación del CENESEX. La división de opiniones dentro de la población homosexual cubana proviene de esas vivencias generacionales y de la manipulación a que ha sido sometida según las “circunstancias históricas”.
Los que vivieron el acoso de los sesenta, piensan que el Gobierno está reclutando adeptos jóvenes aprovechándose de su fragilidad social, y les reprochan a estos que se presten a la comparsa. Según la generación más antigua, la lucha por la igualdad de derechos de la comunidad homosexual no puede ser dirigida por el poder político. Tiene sentido ser homosexual, independientemente del tinte político de las ideas personales; pero no tiene sentido aplicarse un tinte político para poder manifestar la homosexualidad. Habría que reivindicar también el derecho a la oposición política, expresada y representada.
Actualmente, de la mano de Mariela y el CENESEX, la homosexualidad se ha convertido (casi) en un deber político. Aunque loable la sensibilización, no pasa inadvertido que se trata de un esfuerzo por convertir el otrora rebaño disperso y marginado, en una especie de quinta columna del castrismo.
Llevar el tema a la palestra, escudados en la “novedad” del proyecto constitucional, no es más que el prólogo de la ejecución de algo decidido de antemano. Con cierta ironía, muchos aseguran que Mariela Castro Espín será la testigo principal del primer matrimonio igualitario que se celebre en Cuba y que, tal vez, alguno de los diputados a la Asamblea Nacional se atreva a publicar su orientación sexual de forma abierta, sin prejuicio y sin temor a ser cuestionado, haciendo honor a su representatividad democrática. Igual, no sería creíble.
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