Quien compare la realidad cubana actual con la de hace apenas 8 o 10 años, podrá percatarse que progresivamente se ha gestado un cambio de mentalidad en la sociedad que es más perceptible en la juventud. También podrá notar que dicho cambio preocupa mucho a la longeva dirección política del país que se encuentra inmersa en el proceso de traspaso de poder a las nuevas generaciones bajo la pretensión de dar continuidad al legado de Fidel Castro y sus seguidores.
Tanto el Estado cubano como el Partido Comunista de Cuba (PCC), cuentan en sus estructuras de dirección con un porciento alto de miembros que participaron en la revolución que triunfó en 1959 y que no se encuentran en igualdad de ideas, visiones y objetivos con las generaciones más nuevas. Este hecho en un país democrático podría pasar como normal, pero en un país que desde hace casi sesenta años vive bajo un sistema unipartidista es un problema de marca mayor. La defenestración en 2010 de varias figuras jóvenes del Estado que se habían vuelto emblemáticas es un ejemplo de ello.
Aspirar a que las personas piensen todas de la misma manera, realicen las mismas actividades, creen un mismo objetivo o meta, en teoría y en la praxis es imposible. Es como desatender los principios dialécticos de la vida, que constituyen el centro de importantes ciencias como la Psicología Social y de las Masas, la Sociología, la Filosofía, entre otras tantas.
El Gobierno de la isla, desconcertado ante el rumbo que ha de tomar el país de cara al futuro, ha seguido apostando por imponer criterios y tratar de manipular ideológicamente a la juventud para lograr seguidores irracionales y aplicar medidas arbitrarias y violatorias de los derechos humanos fundamentales a aquellos jóvenes más proactivos y racionales. Todo para vulnerar la posibilidad de una apertura ideológica diferente a la del socio-comunismo.
Si se revisa en la historia de los países en que fue implantado el comunismo se puede apreciar que la vulneración por parte del Estado de los derechos de las personas que no compartían los criterios de esta utopía fue la vía para opacar el resurgimiento de tendencias nuevas. La razón era simple; estas personas constituían riesgos potenciales en el proceso de mantenimiento del principio de formación socioeconómica y política que ellos asumían como ideal.
En Cuba, el Gobierno prohíbe a los jóvenes y demás sectores de la sociedad civil independiente, que realicen manifestaciones y reuniones; que circulen libremente por las calles. De manera arbitraria la policía política realiza detenciones y confisca medios informáticos, de comunicación, y otros tipos. Cierra la posibilidad de viajes en frontera a aquellos que son invitados a participar de eventos en el exterior. Denigran la personalidad de aquellos que piensan distinto, calificándolos de gusanos, vende patrias, traidores, marionetas, entre otros improperios.
Finalmente, hay que agregar que el Estado cubano continúa utilizando los medios de comunicación masivos (todos bajo su autonomía) en función de desconocer la existencia de un significativo número de jóvenes que no comparten sus ideas y que luchan de manera pacífica por un modelo democrático. También, sigue negado a un diálogo abierto, serio y público con su oposición; tal vez, por miedo a que estos últimos sean escuchados y seguidos por un número mayor de personas al interior del país, y que ello constituya la base primera para una transición hacia la democracia.
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