En sus recorridos por la isla, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez aparece exhibiendo su nueva imagen ajena al verde olivo de sus antecesores. Que nadie se turbe, que nadie se espante: esa nueva imagen es solo la nueva temporada de una vieja saga política, ahora revestida de tweets insulsos y conmemorativos.
Lo más risible son sus lindezas discursivas, esa afirmación convincente y reveladora, por ejemplo, de que si falta dinero es porque alguien se lo robó. Desde luego, las medidas para salir al paso de los enemigos de la Revolución, son siempre las mismas: exigencia y sentido de pertenencia. O como dijo recientemente: “crear una cultura de lo bien hecho”. Sin rebuscar demasiado, tal cosa no puede significar más que la debacle de lo que se ha estado haciendo.
Los más incautos quieren ver en Díaz-Canel una especie de Gorbachov criollo. Gorbachov, al menos, tenía una impronta diferente aunque fuera por su lunar de sangre en medio de la calva. Díaz-Canel ha sido incapaz de salir de las camisas a cuadros que tanto han caricaturizado a los “cuadros” políticos cubanos. Y no se trata de pura moda. Se trata de que un presidente que habla de “reanimar la industria del calzado”, se encuentra demasiado lejos del borrador de una glásnost o de una perestroika.
Pero la cuestión, en esencia, no está referida a la subjetividad de una persona que ya estaba nombrada antes de ser nombrada (esto de los secretos a voces es una ofensa a la inteligencia). La cuestión es hasta cuándo la población de la isla se regodeará en la utopía de que las cosas pueden arreglarse reciclando los mismos ingredientes de un caldo de cultivo que solo tiene el sinsentido como resultado. Y el planteamiento es válido, incluso, para los simpatizantes sinceros, si es que queda alguno.
Se trata de comenzar a tener discernimiento y opinión crítica. Y de preguntar. La pregunta “por qué” es uno de nuestros derechos más elementales. Es la pregunta con la que molestamos a nuestros padres cuando empezamos a descubrir el mundo. Cuando se pregunta, generalmente sorprendemos al otro en un acto de ignorancia, a menos que tenga gran imaginación. Recuérdese como ejemplo paradigmático, cuando Eliécer Ávila le preguntó a Ricardo Alarcón de Quesada, las razones por las que los cubanos encontraban tantos obstáculos para viajar. Al funcionario solo se le ocurrió hablar de congestión de túneles aéreos y posibles choques de aviones.
En Cuba, la información ha comenzado a filtrarse por todas las hendijas, lo cual es otra manera de decir que ya no existen arcas para salvarse de los diluvios. El hecho de que Díaz-Canel se integrara a la moda de los tweets, no significa que lo que escriba sea relevante. Todos los barcos terminan haciendo aguas. Todos los gobiernos tienen grietas que se descubren, invariablemente, en sus pretensiones de ser los más veraces, los más justos, los más democráticos.
Cuando de niños descubrimos que los Reyes Magos son, en realidad, nuestros padres, ese descubrimiento no hace mella en el peso de la tradición, pero sí influye mucho en cómo seguiremos viendo a nuestros padres en lo adelante, porque a la par descubrimos que nuestros padres nos estaban utilizando para regresar ellos mismos a su infancia. Lo mismo sucede cuando descubrimos que nuestro Gobierno no trae (ni lleva) regalos en sus sacos benefactores, sino puros intereses.
Es decir, Díaz-Canel, montado en un camello, recordando en cada tweet la vasta capacidad creadora del líder histórico de la Revolución cubana, ya fuera talando los bosques de la isla para sembrar caña de azúcar o desecando la ciénaga de Zapata para sembrar arroz. La respuesta sería: ¿por qué no ha funcionado?
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