Los votos son un problema de conciencia, más allá de las campañas. Lo único que se puede hacer respecto a ellos, es generar razones convincentes para ser razonables a la hora de elegir y hacer a otros razonables a la hora de debatir. La abstención nunca es razonable. La indiferencia nunca es razonable. Tampoco el miedo.
La abstención le suma puntos al voto positivo, mucho más en dictaduras. Por el SÍ votarán los creyentes sinceros y los temerosos de que las boletas tengan incorporado algún dispositivo de última generación, capaz de enviar huellas digitales opositoras hacia alguna base de datos de la seguridad del Estado. A esos votos deberá sumársele la cantidad absoluta de abstenciones. El que calla, otorga. El NO también puede asumir como propias esas abstenciones; pero por lógica dictatorial, no puede aspirar a que la cantidad positiva de NO se acerque a la del SI. Por el NO votan también los creyentes sinceros. Los miedosos prefieren votar SI para no señalarse.
En dictaduras, abstenerse es dar la espalda, mostrarse indiferente, refugiarse en una razón suprema para decir que se está más allá de las vanidades terrenas. En ningún caso es la posesión de una tercera vía mucho más trascendente, mucho más equilibrada, mucho más democrática, mucho más diferente que las vías clásicas. No, en dictaduras no existen soluciones alternativas ni mediaciones. Existe el acabar con la única vía permitida para que se abra un abanico de nuevas vías que incluya, por supuesto, la que se derroca y su contraria. Por hastío, la vía derrocada termina muy mal representada, diluida o extinta.
La abstención cabe intramuros de un partido. Por eso, en un régimen de partido único, cabe la abstención y le suma votos. Y gana, lógicamente, siempre gana. Precisamente, la Constitución cubana, que es el objeto de la discusión, convierte las libertades y derechos de todo un pueblo en el jamón y el queso de un sándwich que le sirve de refrigerio al sistema. Todos, absolutamente todos los artículos de la Constitución que se encuentran entre el número 4 y el número 229 (el partido comunista, el socialismo y su irrevocabilidad), son inválidos. “Quien no siembra conmigo, desparrama”, dice un versículo bíblico. “Quien no está conmigo, está contra mí”, dice el dictador de turno. Un turno muy largo. Demasiado.
No estamos votando ―los cubanos, el 24 de febrero― un delegado de circunscripción ni un diputado a la Asamblea. Mucho menos al primer secretario del núcleo del partido comunista, porque no (todos) somos militantes. ¡Faltaría más! Estamos votando, precisamente, la perpetuidad (o no) de una pretendida raza ideológica superior que lleva sesenta años ejerciendo su influencia coercitiva sobre una nación.
No, no cabe abstenerse en este caso. Abstenerse es refrendar la dictadura. Votar de manera negativa es, como mínimo, dar el primer paso para una advertencia: si reconoces mi voto negativo, algo tendrás que hacer al respecto si tanto te dices democrático. Si reconociéndome, no permites el desarrollo de mi expresión, será la constatación de que me reprimes. Si me reconoces y quieres ser democrático tendrás que darme personalidad jurídica. De lo contrario, ¿qué mensaje estarás enviando a las naciones? Nunca han importado esos mensajes.
Después del 24 de febrero, el gobierno cubano tendrá que reconocer que hubo una cantidad de votos negativos, aunque sea pobre. Puesto que la Constitución establece un solo partido como cabeza rectora de la sociedad, y puesto que ningún sector de la oposición está representado en el parlamento cubano, una interrogante flota en el aire: ¿quién velará por los derechos de esta masa que automáticamente queda al margen de la ley, o peor, obligada por una ley que no reconoce? Por aquí vienen las urgencias.
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