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El suspiro de los perros

El perro viene cansado. Se nota en sus ojos, que exploran con timidez las sombras y los rincones. El cansancio se revela, sobre todo, en su indiferencia hacia los humanos. No tiene fuerzas para la suspicacia del terror. Sobrepasó su dosis natural de golpes y desprecio. Encuentra la sombra detrás de una columna del teatro. Olfatea, da una vuelta sobre sí mismo y se echa. Suspira.

Nos separa una puerta y una cuerda de la que pende un cartel: “Don’t Enter”. En la mesa contigua, dos ancianas beben cerveza y se toman selfies y ríen descaradamente. Son turistas, de las que vienen a cazar (no a casarse) morenos autóctonos. Exhiben con desparpajo su falta de prejuicios. Imponen su frescura, a pesar de sus años. Imposible que les importe un perro abandonado, muchos menos al moreno que las aborda. 

Los animales también sufren la política. Cuando aprieta la necesidad, son ellos los primeros en ser expulsados del hogar. La gente dice quererlos y apreciar su compañía, pero no han aprendido a compartir con ellos el plato de comida. En los animales se refleja, de cierta manera, la expresión de una venganza solapada, la búsqueda de un modo de vivir que apenas es acariciado por algunos, pura superficie.

Las calles están llenas de perros de raza que son exhibidos por sus dueños como símbolos de prosperidad. Mientras más caro es el perro, más boyante es su vida, casi siempre la apariencia de su vida. Existen asociaciones de perros de raza, desde dálmatas hasta beagles. A pesar del calor, los huskies siberianos gozan de preponderancia con sus ojos color filme de ciencia ficción y un cuestionamiento permanente en la mirada: “¿Qué hago aquí?”

No hace mucho, en La Habana hubo una marcha en defensa de los derechos de los animales. Fue la primera en Cuba y, además, autorizada, según dijeron. Luego se propagó la noticia de que el funcionario que se atrevió a dar el visto bueno, había sido destituido. Como la mayoría de las manifestaciones, fue algo ridículo en una ciudad y un país que viola derechos humanos sistemáticamente. Imagino a los perros abandonados que frecuentan las calles por donde transitaron los manifestantes, escapando de la avalancha de gritos y consignas, ajenos por completo al contenido de las demandas. En ella no hubo animales de tiro maltratados, no hubo linchamiento de cocheros abusadores. 

Conozco algunas personas que se dedican a recoger animales abandonados. Siempre serán perros y gatos. Nadie abandona cerdos o caballos. Vox populi, se conoce de varios intentos por crear centros de acogida para estos animales, financiados por capitales foráneos que tienen algún vínculo con Cuba de manera particular. Se ofrecen a comprar terrenos y pagar salarios del personal que labore, incluidos veterinarios. El gobierno se ha negado a aceptar esas propuestas. Independientemente de la excusa burocrática que esgrimen, la razón de fondo siempre es la misma: aceptar ese tipo de propuestas, es aceptar públicamente el fracaso de las políticas del régimen. 

Mientras tanto, aumenta el número de parias animales que pululan por las calles. Alguna que otra vez, sobre todo en vísperas de alguna celebración de historia política revolucionaria o por visitas de “alto nivel” gubernamental, la fatídica brigada de Zoonosis hace su recorrido por el centro de la ciudad y recoge los animales abandonados ensordeciendo el ambiente con los chillidos de los perros y aterrorizando con sus métodos vikingos. 

En casa sobrepasamos el cupo. Dos perras y cinco gatos, todos recogidos de la calle. Por suerte, permanecen ajenas a los acontecimientos nacionales. Una de las perras me sigue a cualquier espacio y escucha las noticias conmigo acostada debajo de mi silla de ruedas. Me la encontré una mañana, hace seis años, llena de sarna y golpeada en una de sus patas traseras. Respondió con presteza al tratamiento y en un mes se puso nueva. Ella sabe, estoy convencido, que en el mundo canino es mi excepción porque soy, sobre todo, de gatos. Tengo más afinidad con el espíritu independiente y anárquico de los felinos. Me gusta esa búsqueda constante de la inmensidad del universo, su agilidad, su misterio. Creo son la mejor guía mientras los humanos estemos atados a la tierra, y por desgraciada extensión, a la vida social y a la política.

Tony Pino

Técnico Medio Nuclear. Trabajó como profesor en el Politécnico de la Central Electronuclear, en Cienfuegos. En 1990 fue separado del magisterio por cuestionamientos políticos a la viabilidad de la construcción de una planta nuclear en Cuba. Fue jubilado por enfermedad en 1992.

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