“(…) en una atmósfera en la que se han evaporado todos los valores y exposiciones tradicionales (…) era más fácil en cierto sentido aceptar exposiciones patentemente absurdas que las antiguas verdades, convetidas en piadosas banalidades precisamente porque nadie podía esperar que el absurdo fuera tomado en serio”.
Hannah Arendt. “El origen de los totalitarismos.”
La primera noticia de importancia en el 2020 cubano, fue que se habían cometido actos vandálicos sobre estatuas y bustos de José Martí en la capital. Las imágenes fueron manchadas con pintura roja.
Evoqué el filme de Tomás Gutiérrez Alea, “La muerte de un burócrata”, de 1966. En ella aparece una máquina para fabricar en serie bustos de Martí, en la que cae y muere el inventor, al que entierran con su carné de trabajador de avanzada. Hay bustos de esos colocados en los lugares más inimaginables, desde una vaquería (olvidada) hasta un basurero (reciente). También, en versiones minúsculas, adornan escritorios y estanterías de intelectuales y dirigentes.
Nunca me gustaron las imágenes de Martí, fueran bustos, fotografías o pinturas. Jamás me cautivaron su frente ancha ni la sobriedad funeraria de su vestimenta. No lo veía como un paradigma a seguir. Tal y como la mostraban, su vida se parecía demasiado a las hagiografías anteriores al Concilio Vaticano II. Luego me di cuenta que tampoco a las posteriores. Si antes los santos nacían con aureola, después estaban predestinados a ella. A Martí, con la Revolución cubana, le sucedía lo mismo.
Estaría en quinto de primaria, cuando me tocó izar la bandera en el matutino. El asta se encontraba a un lado de la plataforma o picota desde donde habla el director, custodiada por el sempiterno busto de José Martí. Ese día lo recuerdo sobre todo por la constatación cruel de que la cabeza de la imagen estaba manchada de excrementos de palomas y gorriones.
No recuerdo el momento o el año preciso en que comencé a leer a Martí. Lo hice calladamente y lo hago desde entonces. Su grandeza me abrumó. Me aproximaba a él como mismo (dicen que) Moisés se aproximó a la zarza ardiente: descalzo, porque estaba pisando terreno sagrado. Todavía lo hago, aunque con menos firmeza, lo cual viene dado porque tengo una pierna amputada.
Entonces sustituí mi curiosidad por los excrementos en los bustos, por una posible lectura de los significados de la presencia de sus imágenes en tales o más cuales lugares. Porque los performances casuales son mucho más sugerentes que los causales. Y en este sentido, el socialismo no tiene rival. En la medida que reprime o prohíbe performances creados voluntariamente, es pródigo en performances involuntarios.
En la ribera norte de la bahía de Cienfuegos, por ejemplo, hay un parque con uno de esos bustos. Lo colocaron bajo un portal con la pretensión de resguardarlo de los excrementos susodichos, sobre todo por la presencia de auras tiñosas en un ficus vecino. Por lo apartado de la plaza, el lugar se convirtió en una especie de baño público. Entonces decidieron cercarlo. Ahora Martí parece estar preso. Pero todavía posee otra característica curiosa. El busto está situado de espaldas al mar. Pudiera uno imaginar que está observando el parque que lleva su nombre, ubicado unas cuadras más allá. En su momento, la gente decía que estaba de espaldas al mar porque le dolía la realidad de tanta gente fugándose de Cuba en balsas. Y que lo habían enrejado para que no se fuera él mismo.
Escándalos aparte, la historia viene por la banalización, que no el vandalismo, de los símbolos, una práctica constante en la Revolución. Todavía hoy, enero de 2020, hay una cola de plástico (que imita una cola de avión que imita un homenaje a Camilo Cienfuegos en octubre) dentro del mar cerca del muro del malecón de Cienfuegos. Y luego dicen que la bahía ha perdido los peces por culpa de la contaminación. Por supuesto que sí y además.
Desde luego, el grupo que se autodenomina “Clandestinos” y que se adjudicó los actos vandálicos, no ha dado un paso en favor de ninguna mejora en Cuba. Se apresuraron a explicar que sus pinturas no tenían intención ofensiva, sino reivindicativa. De cualquier manera, hicieron muy mala elección del lienzo de su obra. Estoy seguro que no son muchos los que leen a Martí con profundidad. La repetición excesiva de frases y el reduccionismo ideológico al que ha sido sometido el pensador cubano, ha banalizado su influencia popular.
Más allá de “La Edad de Oro” y los “Versos sencillos”, la gente encuentra a Martí casi ininteligible. Eso explicaría el vandalismo sobre la figura del Apóstol. El vandalismo es sobre todo un hecho triste, porque se traduce en una fatal escasez de recursos y una pobrísima imaginación, sin contar que, a su manera, le brinda legitimidad al sistema que pretende combatir. El vandalismo es olvido de la palabra, el arma fundamental y excelente de Martí. En ese sentido, “Clandestinos” ha revelado hasta dónde ha llegado la cultura nacional.
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