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Los aplausos

Los aplausos llegaron con retraso a Cuba. Un pariente que reside en Uruguay, me contó que había sentido las palmadas a través del respiradero del patio interior porque no tiene balcón a la calle. Buscó en Internet y así conoció la razón de los cumplidos. En ningún momento leyó que se tratara de una cruzada a favor de la medicina nacional. Era un aplauso a la realización del juramento hipocrático. Mi pariente volvió a la ventana interior y aplaudió con ganas. Alejado de compromisos, no tuvo que pedir permiso. 

El cuestionamiento llegó luego por la familia, vía email: “¿Estás loco?, ¿qué van a pensar de ti?, ¿qué es eso de aplaudir donde nadie te ve?, no lo hagas si Uruguay no tiene misiones médicas cubanas”. Etc. Ciertamente, la libertad no llega como subproducto del cambio de latitud, pero mucho menos por permanecer en las mismas latitudes mentales y pretender que son las únicas coordenadas reales del espacio. Recordé un chiste con pretensiones de aforismo: “Una vez quise meter mi dedo en el ombligo del mundo y Fidel (Castro) protestó por haberle tocado el ego”.

Los aplausos en Cuba llegaron cuando el gobierno lanzó la convocatoria oficial, aunque evitó los comunicados y el estilo afectado que los presentadores de noticias guardan en su cajón de atrezos. Utilizaron una mezcla desatinada de tremendismo y triunfalismo, para salvaguardar el prestigio de nuestro sistema de salud. Y lo reafirmaron con una estadística de Guinnes: un tercio de la atención médica mundial descansa sobre espaldas cubanas. Algo así como decir que cuando una persona se ha comido un pollo entero y otra no se ha comido ninguno, estadísticamente las dos se han comido medio pollo. No se han atrevido a repetir el dato ni para calmar los desafíos de las colas a pesar del llamamiento al aislamiento social. El despistado de turno, dormido frente a la pantalla, se despertó en ese momento y preguntó: “¿Más (aislamiento) todavía?”

Ni siquiera los militantes más resabiosos de barrio han sido constantes en su batir de palmas. Quizás lo han hecho desde el interior de sus apartamentos. Fue sintomático (¿o simbólico?) que no lo hicieron el día de la convocatoria, un domingo, hace ya una cuarentena redonda. Puede que los militantes se tomen en serio el descanso litúrgico de ese día, siendo lo más parecido a dioses encarnados que uno pueda imaginar. Crean a capricho y lo llaman planes de producción. Infringen los derechos y lo llaman sentido del momento histórico. Son destronados y viven sus condenas en fincas de incondicional propiedad y lo llaman rectificación de errores. Se mueren y reciben homenajes fastuosos y alguien realiza su tesis de grado investigando raíces que, de más está decirlo, siempre les fueron propicias. Es inevitable entonces que, como los dioses, esta gente solo aplauda un día para dar ejemplo. Los aplausos son tarea de los siervos de la gleba. Los dioses existen para pasar revista y ver el espectáculo desde la barrera.

Después de cuarenta días, los aplausos están pidiendo jubilarse. Un vecino rebelde atronó el barrio con su bocina durante las ocho horas de una pretendida jornada laboral, pero a las 9 de la noche estaba borracho intentando adivinar donde tenía las manos para chocar las palmas. Mientras tanto, comenzando mayo, ha vuelto a llover. Y recordé que el día de la convocatoria, alguien me contó sobre un dibujo infantil colgado en la reja de una ventana. Un dibujo que había reunido en un folio las típicas escenas de abrazos y reencuentros. Y una leyenda: “Quiero verte de nuevo”. Esa tarde, el día de la convocatoria, un frente frío trasnochado llovió como si fuera primavera y lo sentí por el dibujo que no fue parte de ningún certamen oficial de consagrados. Después de cuarenta días solo sobrevive la incertidumbre.

Tony Pino

Técnico Medio Nuclear. Trabajó como profesor en el Politécnico de la Central Electronuclear, en Cienfuegos. En 1990 fue separado del magisterio por cuestionamientos políticos a la viabilidad de la construcción de una planta nuclear en Cuba. Fue jubilado por enfermedad en 1992.

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