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Las trampas de las tripas

Foto: JamónLovers

Una circunstancia opresiva deriva en la merma del discernimiento. Y pocos hay que se dedicaran a trabajar su carácter previendo que los tiempos irían a peor.

Claro, en Cuba nos educaron para construir un futuro que era como el Paraíso regurgitado después que Dios se hiciera ateo. Y el futuro era promisorio. Por eso se cercenó el pasado. Nuestras máquinas del tiempo son reales, aunque no perfectas, si determinados factores objetivos (huracanes, pandemias o bloqueos) impiden la entrada de los insumos prescritos. Cabe el orgullo: sobrevivimos al derrumbe de los maestros para ser maestros de otros. Que nadie se desconcierte, por favor, si ahora podemos ofertar solamente el socialismo del siglo XXI, no importa que sea lite: pocas prestaciones que exigen el pago de la versión profesional para (intentar) llegar a alguna parte.

Pero la humanidad contante y sonante no piensa en siglos. Ya nadie cree en la Resurrección de la carne, si la promesa tiene que esperar al final de los tiempos, lo cual es un embuste desde que Albert Einstein se apeó con el chisme de la relatividad del tiempo. A la humanidad contante y sonante, esa que hace el número y el sufrimiento de las estadísticas, solo le interesa la teoría si en la práctica puede montarse en el tren del observador de la luz. En Cuba nadie quiere ser el observador que queda en tierra. No apetece contemplar el parpadeo de las luces de los aviones que se despiden de la vida (que vivimos). Tristísima la chacota después que el éxodo fue un elefante imposible de esconder: “¡El último que apague el Morro!”

Y entre linderos y lindezas, el tiempo ha pasado. Y para colmo de inmovilismos, llega una pandemia y los cubanos siguen colgados de las barbas de Dios, aunque las manos no alcanzan para jabas y comercios, sobre todo para darle el visto bueno a cualquiera de las unanimidades en curso, aplausos y asentimientos. Alguien dijo con fingido optimismo: “Por lo menos flotamos”, sinónimo de “sobrevivimos”. El recurso apunta al contexto: también flota aquello que se elabora en las tripas cuando ocupan su lugar y función natural.

Alguien -otro- dijo con fingida esperanza: “El hombre aprovechó para decir lo que no podía acusar”. Las excusas se acusan a sí mismas. Se refería, y nos referimos (como ilustración), a la celebérrima intervención de Manuel Santiago Sobrino Martínez, Ministro de la Industria Alimentaria de Cuba, quien prometió para lo inmediato de ese futuro antes mencionado, una cantidad ingente de mondongos que, no se sabe cómo, ha podido cuantificar, recolectar y conservar.

Los campesinos entendidos -los de verdad, no los que hacen Revolución “pensando como país” y sembrando perejil en los canteros-, han comentado que las tripas, bien trabajadas por expertos, pueden alcanzar la resistencia suficiente para que algunas personas se ahorquen sin temor a quedar con vida. Siempre va a doler menos que el linchamiento.

Ninguna historia es desdeñable (ni la del ministro), quizás por disfrutar de la paradoja de ser también prescindible. Hay un momento en el cual todas las creencias quedan en vilo. Desde una óptica marciana, tal aseveración no tiene por qué constituir un sinsentido. Pero sucede que no existen marcianos especializados en Historia de Cuba y mucho menos en Historia de la Revolución cubana. Y el problema de la historia es su memoria tendenciosa. Sucede siempre que hay un grupo élite alimentándose con otra cosa que no son tripas.

Que nadie piense entonces que la multitud que aplaude es selectiva. Un famoso koan del budismo zen proponía escuchar el sonido de una sola mano al aplaudir para romper los esquemas mentales. A Cuba le urge el discernimiento y escuchar el sonido de una sola tripa, la de aquella opacada por la algarabía (a veces algazara) de las colas y por las voces más tenues de los chivatos. Cuba necesita dejar de mirarse el ombligo para atender su cordón umbilical y destramarlo de su cuello. Porque no todo lo que brilla es oro. Ni todo lo que es tripa, alimenta.

Tony Pino

Técnico Medio Nuclear. Trabajó como profesor en el Politécnico de la Central Electronuclear, en Cienfuegos. En 1990 fue separado del magisterio por cuestionamientos políticos a la viabilidad de la construcción de una planta nuclear en Cuba. Fue jubilado por enfermedad en 1992.

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