Foto: Cortesía del autor
A más de 65 años de “La historia me absolverá”, el problema de la vivienda en Cuba sigue siendo latente y complejo. Si bien en su alegato de autodefensa Fidel cuestionaba el panorama que vivía la familia campesina y los altos alquileres, la realidad de nuestros días no dista mucho de aquella, pues también existen desalojos, viviendas en condiciones precarias, derrumbes, demoliciones, escasez de materiales y elevados precios de mano de obra.
Cada año se inflan los informes: subsidios sin finalizar, habitables sin redes hidrosanitarias, viviendas que no se construyen, materiales que no llegan, identidades que se falsifican… En fin, que la imaginación de Isaac Asimov se le queda corta a los funcionarios con tal de no ser señalados en una plenaria y conservar los privilegios de ser dirigentes, en este caso, de cualquier dirección asociada a la vivienda o a la planificación física.
Según Manuel Marrero, en “las células básicas (CBH) se trabaja por salir del paso, como algo cuantitativo”; sin embargo, no reconoce que el principal incentivador de la chapucería ha sido el propio Estado, que presiona por cumplir metas y fechas.
Al tener salarios muy bajos, a la mano de obra cualificada le resulta más factible trabajar por cuenta propia aprovechando que el desvío de recursos es generalizado. Por su parte, las obras estatales son asumidas por aprendices y penitenciarios con deficiente calidad. Sucede incluso en obras de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) porque son revisadas por inexpertos, se dilapidan los recursos y se irrespetan contratos, proyectos, protocolos y suministros, sin que nadie pague por ello. O sí, el pueblo.
No obstante, el gobierno sigue jactándose de subsidiar con esfuerzo y sacrificio el programa de la vivienda para beneficiar a las familias más necesitadas. Lo cierto es que las viviendas las financia el mismo pueblo con un impuesto sobre la venta de los materiales de la construcción, que genera un excedente empleado en esos fines.
Ahora bien, ¿se subsidia realmente a las familias más humildes? Los subsidios se han vuelto una fórmula para “resolverle” el problema a los dirigentes, amistades y familiares. En las llamadas familias humildes, muy pocos trabajan para el Estado por lo que no cuentan dentro del grupo que puede recibir subsidios al aparecer “desvinculadas”.
Los 25 m2 que para el Estado clasifican como una casa, generan más problemas que los que dicen resolver: hacinamiento, cubiertas ligeras expuestas a fenómenos atmosféricos, litigios, violación de regulaciones urbanas, etc. Eso sin contar que la amplia mayoría de estas casas necesita ampliación por ser entregadas a familias numerosas.
También desde el pasado año se viene estimulando la atención a las madres con tres o más hijos menores de 12 años. Esto significa una mayor cantidad de familias para la misma cantidad de materiales de la construcción que, hasta el momento, no alcanzaba para todos. Además, los que quieren realizar reformas constructivas por su cuenta, no tienen cómo competir con las políticas priorizadas del país, por lo que tienen que hacerse de los materiales en el marcado negro a elevadísimos precios.
Por sólo citar algunos precios, una bolsa de cemento PP-250 se cotiza a 250.00 pesos; una tira de 9 m de acero corrugado, a $450.00; y 1 m3 de áridos oscila alrededor de los $700.00. Y el salario medio en Cuba ronda los $850.00.
Las inversiones en el sector son insuficientes y la infraestructura existente es obsoleta. De esa manera resulta imposible hacer realidad el sueño del presidente Miguel Díaz-Canel de alcanzar una vivienda diaria por municipio, sueño que, según él, permitiría resolver el problema de la vivienda en Cuba en un plazo de 10 años. Toda una utopía que, si no se liberan las fuerzas productivas y se amplía la producción de áridos, cemento y acero, pasará a ser otra de las políticas fallidas del gobierno.
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