Foto de ADNCuba
El 12 de marzo de 1962 se estableció el racionamiento de los alimentos en Cuba, con la implantación de la Libreta de Abastecimientos. Durante casi 60 años, el cubano ha recibido las migajas del gobierno en calidad de misericordia para no morir de hambre y necesidad, un disfraz para el yugo del pueblo. Fidel Castro consideraba el subsidio de los productos como un acto de justicia, y se vanagloriaba de ello, cuando no hacía más que administrar el dinero de las personas.
A lo largo de todo este tiempo, la población ha sido partícipe de cómo se han deprimido las asignaciones correspondientes, pues ella es quien las sufre. Actualmente ha desaparecido un grupo de productos que solo cuentan en el imaginario popular. También se han elevado los precios que siempre habían sido subsidiados.
La carne, por ejemplo, se sustituyó por media libra (230 gramos mensuales) de picadillo de soya o proteína vegetal, en su momento, y una libra de pollo (460 gramos). Lo mismo sucedió con el aceite que se redujo a la mitad, y la libra de manteca de cerdo. Y qué decir del pescado, las latas de conservas, la leche condensada, la leche para niños hasta los 14 años, etc.
Los artículos de la libreta solo garantizan para 10 días, la mitad de las calorías diarias que debieran ingerir los cubanos. Sucede que nuestro ingenio es tan grande, que nos las arreglamos para sobrevivir los 20 días restantes; pero, ¿a qué precio?
Cada vez se vuelve más complicado para la familia cubana complementar su mesa. En la actualidad, los mercados se encuentran desabastecidos y los precios por las nubes. Todo ello se debe a la escasez, baja productividad y a la especulación iniciada por el Estado sobre la unificación monetaria y la reforma salarial.
El sistema cubano de racionamiento ha sido también una fuente de corrupción y enriquecimiento. La imposibilidad de controlar la adquisición de los productos en las libretas de las personas, ha convertido a los administradores de bodegas en pequeñoburgueses que surten el mercado negro.
La crisis que enfrenta el Estado cubano por el mal manejo de su economía, le ha devuelto cierto esplendor de apariencia a la libreta de abastecimiento en los últimos meses. Pudiera parecer incluso que es rentable, pues a partir de enero el contenido neto de sus productos aumentará su precio en un 1 495%. Si antes costaban $11.30 CUP por persona, ahora costarán $169.00.
No obstante, algunos especialistas insisten en su progresiva desaparición cuando el país sea capaz de ofertar de forma liberada todos los productos. O sea, nunca. La ausencia de una oferta segura de productos y servicios de calidad, con precios acorde a los niveles adquisitivos de la población, es una utopía para el pueblo cubano.
En reiteradas ocasiones se criticó el racionamiento como una medida igualitaria e injusta, pues subsidió durante muchos años a personas que realmente no lo necesitaban y desatendió a otras. Con las reformas que se avecinan y la eliminación de las gratuidades “indebidas”, el estado prevé eliminar todo ello y estimular la productividad.
Múltiples son las ventajas que reportaría la eliminación de la libreta, pero no existen condiciones para que eso suceda. Y tardarán. Hoy, más que nunca, la libreta de abastecimientos sigue siendo un mecanismo de control y regulación.
Seguiremos entonces lidiando con la ineficacia burocrática, las colas y la improductividad, a la espera de que llegue el día en que podamos librarnos de este racionamiento obligatorio que hace perder un valioso tiempo y limita la calidad, diversidad y cantidad de alimentos a comprar.
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