Foto tomada de norfipc.com
Diciembre es un mes de santos populares y sincretizados. Santa Bárbara y San Lázaro son los héroes del colofón anual, los mediadores que cargan sobre sus hombros canonizados los desplantes del año vivido, las reminiscencias de la edad y cuanta zozobra preocupada quieran echarle encima sus devotos.
En los templos católicos, las misas de esos días solo exhiben una breve memoria apologética sobre la (supuesta) verdadera historia del santo o santa en cuestión y su entrega evangélica, catequesis que nadie escucha. La gente ama más los mitos que la historia, ya que ni siquiera la historia de los mitos. A menos que el templo tenga como patrón al santo homenajeado, las imágenes populares se han desplazado hacia los altares laterales, preferiblemente cerca de la entrada, para que el alud de fanáticos no altere el rito de la misa ni profane los altares más ortodoxos.
De esta manera, el 4 de diciembre, día de Santa Bárbara, podían encontrarse manzanas rojas en su retablo, además de las velas consabidas que requiere cualquier ascendido para otorgar la luz de la asistencia espiritual. Las personas llegaban con sus flores y ofrendas, se persignaban a la entrada del templo y se dirigían al altar de la santa para desarrollar un ritual prescrito por la costumbre y algún babalawo.
Otro tanto sucedía el 17 de diciembre, día de San Lázaro, “el Viejo Lázaro”. Y aunque la iglesia católica advierte que el santo venerado es el que Jesús resucitó, no el Lázaro de la parábola, llagado y con muletas, es este último, custodiado por perros ansiosos de migajas y lamedores de pústulas, el que gusta al pueblo llano. Lázaro es un santo para las personas que viven en la miseria o en su umbral, un santo para Cuba. Amado y temido a un tiempo, quien no lo ama, lo respeta.
Sería contradictorio ofrendarle a San Lázaro el dinero en billetes de alta denominación. La suma debe ser acumulada en monedas pequeñas, simbolismo que denota una entrega de corazón, sustraída de lo que se posee, no de lo que sobra. Es una ofrenda que va recolectándose durante el año y se guarda en una pequeña alforja de saco, que luego se coloca en el altar el día de la fiesta.
Sin embargo, la oferta pecuniaria es solo un complemento. Los devotos van un poco más allá y comprometen su vida con sacrificios que a muchos parecen excesivos, arrastrándose la distancia de varios kilómetros, a veces llevando enormes bloques de piedra atados a sus piernas.
A pesar de los tiempos que corren (o precisamente por ellos), la gente no deja de cumplir sus promesas. Es preferible eludir compromisos personales; pero al santo no se le deja traspuesto. Cabe preguntarse cómo se las estarán arreglando los devotos desde el momento en que la moneda nacional se ha devaluado.
Ya no hay centavos, la moneda preferida de San Lázaro. Lo han pregonado sin querer los menesterosos. De pedir un “medio” (moneda de cinco centavos), pasaron a demandar un “peso”. Luego, un “dólar” (un CUC). Y algunos se molestan cuando alguien les alarga una moneda de las que ya no sirven ni de propina. Cabe preguntarse cómo es una limosna en tiempos de tarjetas magnéticas y moneda libremente convertible (MLC) virtual.
Pero los cubanos, de una manera u otra, siguen “cumpliéndole” a sus santos. El Santuario de San Lázaro, en El Rincón, en la periferia sur de Ciudad de La Habana, no ha dejado de recibir a sus miles de piadosos habituales, por encima de pandemias, nasobucos y limitaciones. Duele ver a la muchacha que ha dejado un rastro de sangre por haber hecho el trayecto de rodillas. Duele ver al hombre que repta con un lastre de hormigón atado a una pierna. Duelen los pasos débiles de la anciana que hace el soberano esfuerzo por llegar para encender la ansiada vela que iluminará a su hijo preso… Todos quieren luz para sus vidas.
Y no hay que dudar que muchos quieran también la luz para su nación herida, Al fin y al cabo, los países también enferman. Un país puede contraer una enfermedad venérea cuando se ha dedicado a la prostitución política. O puede tener la piel de su cultura erosionada cuando no ha hecho más que rascar sobre lo conveniente. Un país es leproso cuando deja que su tierra se vuelva improductiva y llena de abrojos.
Al menos los peregrinos de San Lázaro tienen como destino el santuario. Pero Cuba, la Cuba arrodillada que arrastra el peso de sí misma, ¿hacia dónde se encamina? Sin dudas, hacia el cambio. No hay que temer, entonces, si el suelo se mueve bajo los pies. Ahora, sobrevivimos. Después, viviremos, con santos o sin ellos.
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