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“Patria o muerte”, el déjà vu cubano

Cuba: En la calle me siento cebo. Percibo incluso el pinchazo del anzuelo. Cuesta apartar el sobresalto por ser el extremo de una cuerda manejada desde otro extremo. Sucede cuando no hay opciones. O dicho de otra manera: cuando la opción es una y calva, como toda oportunidad.

Imagen de www.tuaventura.org

En la calle me siento cebo. Percibo incluso el pinchazo del anzuelo. Cuesta apartar el sobresalto por ser el extremo de una cuerda manejada desde otro extremo. Sucede cuando no hay opciones. O dicho de otra manera: cuando la opción es una y calva, como toda oportunidad.

Sucede en la mañana, cuando salgo a forrajear con El Quijote en la memoria. Hay mucho de gigantes y de molinos en esa exploración diaria. Mucho de falso. Solo los locos pueden encontrar placer en la locura y evitar que los cuerdos de turno los convenzan de que viven en la antesala del Edén.

A esa hora el plato fuerte de las calles lo conforman los médicos, los estudiantes de medicina, los policías y los agentes uniformados del MININT. Son los distinguidos por los medios. El resto pululante, el “pueblo en general” de los discursos y las colas, no cuenta. Son un bulto informe e indistinto. Los distinguidos me observan cuando paso. “Silla de ruedas, pierna amputada, obesidad… ¿Qué hace este tipo en la calle?”, parecen decir las miradas verde olivo.

Cebo y número. No soy un caso positivo de COVID-19. Soy un caso potencial y el potencial alimento de un contenido de trabajo. Así, a vista de pájaro carroñero, pertenezco al grupo de riesgo. Alguien se gana el sustento a costa de sugerirme que soy un violador de normas y un inconsciente. Todo por cuidarme, claro. Dejé de ver los partes diarios sobre la COVID-19 en Cuba, porque parecía que el Dr. Francisco Durán me señalaba con el dedo. No es mi salud. Es la estadística. Y lo será hasta que los pollos digan lo contrario cuando dejen de ser la única opción de sufragio.

Pero toda reconvención oculta envidia. “Las sillas de ruedas no tienen que hacer cola”, dicen. Por supuesto que no. Si no han cambiado las cosas, solo las personas hacen cola aunque se deshumanicen por completo. Y sí, han cambiado algunas cosas. Ahora también hay colas para personas con discapacidad, lo cual es bueno en cualquier circunstancia que no falte a la mesura. Hay que mojar el pan en la salsa para degustarlo. La cuestión es quién será una persona con discapacidad si a mí, en silla de ruedas, amputado y obeso, me solicitaron el carnet de asociado (a la ACLIFIM) para poder realizar la compra.

No, nada ha cambiado. Las crisis pueden generar cambios (o no), pero no lo son en sí mismas. Una pierna no deja de ser pierna si está deformada por la artrosis. Incluso amputada, la pierna sigue presente en esa variedad memorística de las sensaciones fantasmas: sentir comezón e inclinarse para rascar el vacío. El mismo vacío (paradójico) del cubano que tiene fondos en tarjeta MLC y solo puede comprar mala calidad a precios exorbitantes y antojadizos, teniendo además que respaldar la inversión con el carnet de identidad y su firma en la factura, todo sin ver el color de los billetes.

Y es que los cubanos vivimos como en una historia de Instagram. El gobierno pincha la opción “bucle” y aparecemos tomando helado, solo que por razones comprensibles se trata de una escena repetida hasta el infinito en el momento de sacar la lengua. Nunca vemos el helado terminado. Lectura para fanáticos intramuros y extramuros: los cubanos tienen lengua y tienen helado, ¿de qué se quejan? Los que tengan la lengua bífida tendrán que presentar el carnet de asociado, el de identidad, un resumen de historia clínica y etcétera.

Sustitúyase el helado por cualquiera de los “logros” y tendrá el bucle revolucionario perfecto. Porque la Revolución cubana es un gran bucle, un álbum de fotografías sin antes ni después o con antes y después que viajaron en el tiempo para beneficiar a este lapso preciso llamado Revolución. Llegué a odiar los días festivos por el vínculo impuesto entre festividad y calendario patriótico. Esos días primaba la voz de Fidel Castro en alguno de sus inacabables discursos, que mi padre escuchaba por encima del sonido de los juegos infantiles. Casi llegué a amar el “Patria o muerte…” por su resonancia de acabado. No así el “¡Venceremos!” del colofón por su impreciso futuro que me regresaba al inicio del bucle.

Por eso el vacío permanece. La libertad no se aprende porque es desaprender. Algunos domingos de silencio, los paso mirando los canteros del jardín. Yo jugaba en canteros parecidos aprovechando el privilegio de la infancia que permite hacer selvas con arbustos. Ahora los canteros me parecen inabordables, más por la infancia tronchada que por la infancia ida. Son los domingos en que recuerdo el “Patria o muerte…” para recuperar la sensación de que el discurso ha terminado. Aunque mañana tenga que inclinarme nuevamente para rascar el vacío.

Tony Pino

Técnico Medio Nuclear. Trabajó como profesor en el Politécnico de la Central Electronuclear, en Cienfuegos. En 1990 fue separado del magisterio por cuestionamientos políticos a la viabilidad de la construcción de una planta nuclear en Cuba. Fue jubilado por enfermedad en 1992.

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