Retrato de Teresa, imagen tomada de Ecured
En 1979, cuando fue estrenada la película cubana “Retrato de Teresa”, mi madre se parecía mucho al personaje interpretado por Daysi Granados, con su pañuelo de koljosiana en la cabeza y un cigarro entre los dedos.
Entonces el problema de la mujer se trataba como el de su necesaria emancipación, término que en Cuba significaba liberarse de los brazos del marido para entregarse a los de la Revolución. Fue la polémica que incentivó el filme, más allá de que el marido de Teresa, interpretado por Adolfo Llauradó, fuera el clásico machista que desembocara, por frustración, en episodios de violencia. ¿Emanciparse de quién y para quién?
Los movimientos artísticos asistieron a un aumento desmedido de sus afiliados y se hicieron populares los festivales de artistas aficionados, uno de los tantos pretextos que eludían el trabajo. Todos soñaban con ser estrellas. Y creció el número de divorcios. Se hizo notorio el criterio de “madre soltera”. Dedicarse a “la obra de la Revolución” era más romántico que un matrimonio.
No se hablaba de violencia de género; pero existía, muchas veces protagonizada por militares y cabecillas del régimen, dignos representantes de la fauna machista, remedos de caudillos locales. La mujer cubana, desde luego, quería mejorar su estatus. Para ello podía convertirse en amante de algún “cuadro” y soñar con llegar a ser su esposa oficial algún día. O romper abiertamente con su matrimonio y transformarse ella misma en dirigente con ciertas potestades. El resto podía dedicarse a rezar (a escondidas) o cumplir con sus tareas revolucionarias en el CDR.
La mujer cubana revolucionaria tuvo muchas rupturas forzadas. La primera de ellas fue con la familia. Era preciso sacar a los jóvenes del pernicioso seno familiar que, si bien podía simpatizar con el progreso social que preconizaba la Revolución, todavía podía generar ciertos arrastres. Los estudios vinculados al trabajo obligaban a los jóvenes a becarse desde edades muy tempranas. Así, desde los 12 años, recibían una educación “diferente”. Y la Revolución se encargaba de todo. La familia no tenía que preocuparse.
Los jóvenes quedaron libres de las ataduras de la moral cristiana en que habían sido formados la mayoría y descubrieron que la práctica sexual era más agradable que pecaminosa. Para solucionar la cuestión del lógico aumento de los embarazos, Cuba fue pionera en legalizar el aborto en 1968. La cuestión no era la “modernidad” de esa ley en tal época, sino las razones de su puesta en práctica. Asunto no resuelto. Actualmente sigue siendo descomunal el número de abortos en Cuba y, más que nada, las edades de las abortistas, menores de edad en gran parte.
Otra contradicción del proceso de emancipación de la mujer cubana revolucionaria, fue su ausencia en la cúpula del poder. Durante mucho tiempo, solo Vilma Espín Guillois, esposa de Raúl Castro Ruz, ocupó un cargo de importancia que le permitía ser punto de referencia. Figuras tan citadas como Celia Sánchez o Haydée Santamaría, por ejemplo, eran figuras históricas y opacas, imbuidas de otra aureola. Y aunque de un tiempo a esta parte se observan más mujeres ocupando puestos de dirección política, todas adolecen del mismo problema: una soberbia mediocridad que se revela en discursos con idénticas palabras, idéntico énfasis e idénticas loas.
Si en el mundo aún queda mucho camino por andar en cuanto a violencia de género, en Cuba falta el doble, pues primero hay que salir del estercolero de “los logros alcanzados” y “lo que hemos avanzado a pesar de…”. En Cuba ha habido y hay, sobre todo, mucha violencia estética, lo cual ha apoyado la difusión de falsos paradigmas de mujer (cubana) liberada. Tal vez el video de la canción de Raúl Torres que pretendió ser una respuesta al de Yotuel Romero (“Patria y Vida”), sea un ejemplo reciente. En el de Raúl Torres (“Patria o Muerte por la Vida”), aparece el compositor y cantante secundado por un grupo de muchachas que, aunque tienen sus momentos como solistas (más bien de soledad), lo hacen en función de la voz principal, el hombre, y todos reforzando que la Revolución es la causa a la que debe sacrificarse todo.
De “Retrato de Teresa” me quedaron dos momentos. Uno, el ensayo de la ridícula danza de la chancleta, un panegírico a los amontonados que no llegan a ninguna parte. Teresa se había convertido en delegada sindical y promotora cultural. Hablar de emancipación apelando a recurso tan pobre, distingue la pobreza de la realidad intelectual cubana, antes y ahora, al menos de la realidad intelectual oficialista. El otro es la escena final, Teresa caminando, sola, en medio de la gente. ¿Su destino se encuentra después de esa aglomeración de personas? ¿O ser parte de esa aglomeración de personas es su destino? Una simple lectura del presente, ofrece la respuesta. Y otra pregunta: ¿puede un sistema como el de Cuba lograr la verdadera emancipación de la mujer y, en consecuencia, una verdadera lucha contra la violencia de género?
Así recuerdo a mi madre, con su pañuelo y su cigarro, caminando sola en medio de la multitud, sin objetivo, sin futuro. Sin esperanza.
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