Imagen tomada de Cubanet
Si de servicios públicos hablamos, el transporte público está entre los peores que el régimen le ha ofrecido a su pueblo a lo largo de 62 años de Revolución. Ni siquiera la sonada Tarea Ordenamiento ha servido para mejorar su eficiencia y calidad a pesar de subir el precio de todos los pasajes. Se trata de una problemática compleja a la que el Estado no ha podido, o peor, no ha querido, “darle el pecho”.
La historia del aumento de los precios del pasaje data de la década del 80, cuando Fidel Castro orientó subir de 5 a 10 centavos el valor de la transportación pública. Y aunque siempre hubo discursos explicativos con la verborrea adormecedora del comunismo, siguió siendo irregular, ineficiente y pésimo.
Las estrategias han sido las mismas: insertar vehículos a un precio más alto por tener un confort relativamente superior a los anteriores; o colocar “otro sistema o empresa que cubra el mismo servicio o ruta”, para luego ir desapareciendo los vehículos más baratos o reducirle frecuencias de viaje. De esa manera, el transporte pasó de 10 a 40 centavos, luego a un peso (porque nunca había vuelto) y actualmente a 2 pesos.
Pese al notable aumento de precios, que fue de 2 a 7 veces el anterior, la frecuencia, estabilidad y calidad siguió siendo la misma: pésima y deficiente, sencillamente porque contrario a lo que los gobernantes han intentado vender como noticia, el pueblo sí paga con su dinero la ineficiencia de los servicios en Cuba.
Muchos trabajadores estatales no pueden pagar entre 5 y 10 pesos diarios para ir a trabajar en la capital. Sin embargo, esta situación se agudiza hacia el interior del país, donde hasta los estudiantes deben pagar entre 10 y 20 pesos. No cabe la menor duda de que los municipios del interior costean el transporte de las capitales provinciales. Tanto es así, que viajar de un extremo a otro en La Habana puede costar entre 2 y 4 pesos. Sin embargo, hacerlo por ejemplo en Mayabeque, de Batabanó a San José, cuesta 15 pesos.
Las inversiones en el sector siempre han sido limitadas pues el servicio es caro y subvencionado. Excepcionalmente, recordamos las 8 mil Yutong que adquiriera el país en 2006, lote de ómnibus que nunca fue completado. En algunas provincias la situación del transporte es tan delicada, que subsiste gracias a los privados que “botean” con “riquimbilis”, motos, camionetas, automóviles y cuánto ingenio posean. A falta de vehículos, en lugares del centro, por ejemplo, las guaguas rotas han sido sustituidas por carretones de caballo. Y los dirigentes de jactan de ello… porque resolvieron el problema del transporte. En pleno siglo XXI.
Los pretextos son los mismos de siempre: déficit de combustibles y piezas de repuesto, falta de organización en las bases y terminales, éxodo de personal calificado, indisciplinas sociales, etc. Las consecuencias las sufrimos todos a diario como si se tratara de algo normal: paradas congestionadas, roturas, gente colgada en las puertas, paradas no establecidas, irrespeto a los horarios y frecuencias. Sin embargo, ni una palabra del robo del cobro del pasaje, de la reventa de boletos, del desvío de recursos, y mucho menos de que el pueblo es quien mantiene los carros de los dirigentes y de la policía represiva para que paseen y resuelvan sus problemas personales.
La triste realidad nos dice que seguiremos pagando un servicio malo e incompetente porque no es prioridad para el Estado reaprovisionar el parque automotor de la isla, y tampoco reparar los viales ni abaratar el precio de los combustibles, algo con lo cual mejoraría notablemente la calidad de un servicio tan vital para la isla.
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