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Maquiavelo no era maquiavélico

El mundo actual parece dividirse entre maquiavélicos y maquiavelianos. Los primeros suscriben las ideas de El Príncipe, obra renacentista de Nicolás Maquiavelo. Y no es de extrañar que lleven una imagen del florentino cual estampa de santito.

Los segundos serían los que estudian al susodicho. Andan cargados de chuletas y estribillos para lucir en exámenes y conversaciones. Se dicen duchos en el Renacimiento, aunque de la ducha no pasan. Y adoran a Maquiavelo en secreto, colgando su imagen entre libros y alguna réplica del David de Donatello, porque Donatello fue primero y Miguel Ángel lo copió. Necesitan resolver lo primigenio entre el huevo y la gallina. Por eso terminan fundando algún partido comunista, obra maquiavélica si las hay.

Hablar de Nicolás Maquiavelo, es poner sobre la mesa el delicado asunto de los fines y los medios para conseguirlos. ¿El fin justifica los medios? Sigue siendo una pregunta sin respuesta taxativa. Solo las circunstancias determinan las actitudes. Mas, ¿quién puede preciarse de frialdad como para responder cuando se enfrenta a circunstancias límites y, por ende, limitadoras?

Según estudiosos, Maquiavelo fue más patriota apasionado que filósofo. Vivió una época convulsa y paradójica, en una ciudad que llegó a ser el epicentro de la cultura del mundo occidental. En el Renacimiento ocurrió lo impensable: la cultura simpatizó con la inestabilidad política. Las constantes guerras destrozaban la península y el Papa actuaba como uno más (y entre los peores) de los señores temporales. A la par, los mecenas del arte (y de la política) redescubrían la Grecia clásica y empujaban la creación.

En el Renacimiento comenzó el esbozo del hombre moderno. Su vida dejó de ser la antesala del cielo para convertirse en la antesala de sí mismo. El libre albedrío comenzó a tomarse en serio. Se oficializó y se toleró (de cierta manera), la diatriba contra el poder, siempre y cuando los panfletos fueran oportunos. Oportunistas, más bien. Solo el arte parecía neutral; pero se reveló henchido de simbolismos que hablaban de las afinidades heréticas de los artistas. Buena parte de la paradoja renacentista descansa en el hecho de que la Iglesia fuera más tolerante con las herejías religiosas que con las políticas.

Maquiavelo era tan feo como tan franco. Al menos intentó la franqueza, puesto que para la fealdad no tenía remedio. El vituperio de su nombre, se debe a su actitud crítica frente a la Iglesia. Consideraba que los príncipes eran los indicados para llevar las riendas de la república. Eran ellos quienes necesitaban ser educados políticamente para alcanzar el poder, mantenerlo y evitar las desgarraduras políticas. Su experiencia como secretario de la República de Florencia, lo llevó a tratar de identificar los medios con los que (un príncipe) pudiera lograr determinados fines.

Y con toda intención evitó deliberar en torno a la moralidad de los fines. Para mejor gobernar, un príncipe debía mantenerse alejado de emociones que entorpecieran la consecución del poder. Por el bien de la patria, por supuesto. No había otra manera de garantizar la paz. Esta indiferencia ética devino cuna del despotismo posterior, cuando algunas dosis de ilustración hicieron que la Iglesia perdiera hegemonía y la obra de Maquiavelo se conociera desde otra perspectiva.

Maquiavelo escribió su obra cumbre en 1513, mientras se encontraba en el destierro, acusado de conspirar contra la poderosa familia Medici. Lo irónico es que se la dedicó a Lorenzo II de Medici, duque de Urbino, como regalo y respuesta a la acusación. Estaba poniendo en práctica su propia doctrina. Desterrado, había perdido su poder como ciudadano con cargo público. Maquiavelo sabía de lo que era capaz el poder y, lejos de rehuirlo, quería ser parte.

Maquiavelo se reveló gran conocedor de la mente humana. Su obra está dotada de mucho sentido común y pragmatismo. Sin dudas, hay múltiples ocasiones en que se necesita la “cabeza fría” para lograr algunos objetivos. El problema aparece cuando la mente se enfría para todo tiempo y ocasión. Sucede que muchos gobernantes modernos llegan al poder con Maquiavelo en la mochila, para luego sacarlo y hacerle un homenaje transformando constituciones y manteniéndose en el poder “hasta que la muerte nos separe”.

Gobernantes maquiavélicos suponen funcionarios maquiavelianos y ciudadanos serviles. Lo peor que ha sucedido con Maquiavelo y con El Príncipe, es esa tendencia a convertir en manual de autoayuda toda obra importante. Por ende, no es extraño que la indiferencia ética termine sofocando la vida cotidiana, lo cual no se traduce en “sálvese quien pueda”, sino en “húndase al que pueda”. Lo primero, según los socialistas, es propio del capitalismo. Lo segundo es propio del socialismo y muy pocos lo reconocen. Se teme ir en contra del cliché de la justicia social.

Es difícil aislarse de la connotación peyorativa del “maquiavelismo”. Cuando alguien es práctico y se adapta a las circunstancias, no es maquiavélico. Tampoco lo es, entonces, el gobernante que dice “hacer Cuba”, para situar un ejemplo concreto. ¿Seguro?… Hay pequeñas diferencias semánticas que marcan la pauta. Nunca será lo mismo adaptarse a las circunstancias que vivirlas. Adaptarse, propio de la miseria que no tiene para escoger, es el primer escalón de la indiferencia ética. Sobrevivir es el fin. El medio no importa, sea robo o asesinato. O la hipocresía que permita vivir a la sombra del poder.

Con El Príncipe, el florentino logró cierta dispensa, pero nunca más llegó al rango que había ostentado. Su doctrina ha sido para la ética, lo que la hoja de parra para la moral en las épocas de mojigatería de la Iglesia. Cualquier intento de ocultamiento, solo realza la curiosidad por lo ocultado. Y lo engrandece. Maquiavelo era uno. Maquiavélicos, en cambio, hay para escoger. Cualquier coincidencia con el parecido socialista, es mera realidad.

Tony Pino

Técnico Medio Nuclear. Trabajó como profesor en el Politécnico de la Central Electronuclear, en Cienfuegos. En 1990 fue separado del magisterio por cuestionamientos políticos a la viabilidad de la construcción de una planta nuclear en Cuba. Fue jubilado por enfermedad en 1992.

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