Me sucedió recién graduado. No completaba el año de servicio social que todo universitario debe prestarle al régimen. Pertenecía a un proyecto comunitario que exigía a las autoridades municipales soluciones. Al no brindarlas, este grupo los planteaba en respuesta a los problemas materiales y espirituales no resueltos de la población. Ello evidentemente contradecía el accionar del régimen y demostraba cuánto se podía hacer con poco o ningún recurso en beneficio del pueblo, simplemente movilizando a este en función de sus intereses.
Por aquella época dicho proyecto, recomendado nacionalmente por el Centro de Referencia e Iniciativa e Intercambio Comunitario (CIERIC) , tenía un periódico mensual impreso, del cual yo era su director. Allí se reflejaba el verdadero modo de sentir y pensar del pueblo, y, por eso, nos ganamos de acompañantes permanentes a la Seguridad del Estado.
Emplearon conmigo las herramientas de persuasión, hostigamiento y presión habituales que aplican. Me detuvieron en un par de ocasiones para interrogarme, se acercaron a mi familia y me llevaron incluso a la reunión de subversión que realizaba mensualmente el Partido Comunista del municipio donde se analizan a los posibles enemigos de la revolución. Algunos se alejaron del proyecto. Yo también llegué a pensar en hacer eso, pero los logros alcanzados y el apoyo que a la postre recibí de muchas personas hicieron que se mantuvieran firmes mis principios.
El detonante de mi salida del centro laboral fue durante las honras fúnebres de Fidel en noviembre de 2016. Me rehusé a participar en la despedida “voluntaria” que por toda Cuba le hicieron al comandante, y no fue mi accionar precisamente lo que les incomodó —en definitiva, solo dirían: “Un disidente menos”— sino que conmigo se sumó buena parte de mi colectivo de trabajo. Ahí fue cuando mi director, totalmente iracundo y fuera de sí, me dijo: “Si yo te pago, haces lo que te diga”. Él quería que yo asistiera y, por supuesto, no fui.
Por aquella osada decisión y la baja participación en las honras fúnebres, mi centro laboral fue llamado a rendir cuentas. El sindicato, lejos de defender mis intereses y los de mis compañeros, nos dio la espalda y al director solo le dieron como alternativas despedirme o firmar su propia renuncia. No tuvo que pensarlo. Al igual que yo, tenía familia y, por demás, cargos y privilegios difíciles de renunciar.
Rápidamente, me movilicé y todo iba bien hasta que se metió la Seguridad de por medio y me tildó de contrarrevolucionario. No me invalidaron el título de milagro. Ganas no faltaban, pero lo cierto fue que desde entonces no pude volver a encontrar trabajo en el Estado. Me dediqué durante un tiempo de lleno al proyecto, pero la Seguridad y las autoridades municipales aplicaron una estrategia de difamación y desunión con la cual fueron desestimulando y amedrentando a nuestros gestores.
Fue entonces así que llegué a la sociedad civil y comencé a relacionarme con el trabajo juvenil que desarrollaba la plataforma Juventud Activa Cuba Unida (JACU) y el Centro de Estudios Políticos para la Transición Democrática (CEPATD). Posterior a ello, trabajé con un grupo de jóvenes. Fundé la Asociación de Jóvenes por el Cambio (AJC). Como cuentapropista, me integré también a la Coalición de Cuentapropistas Cubanos (C3) y actualmente trabajo en su boletín trimestral “Por cuenta propia”.
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