El béisbol entró a la historia cubana recientemente cuando el pasado 20 de octubre, en el estadio Palmar de Junco (Matanzas), se le reconociera a este deporte como Patrimonio Cultural de la Nación. Y si bien es cierto que hay mucho que festejar, también hay mucho por lo que llorar. Si bien con la llegada de la revolución cubana hubo radicales transformaciones en el plano deportivo, también es cierto que va quedando muy poco del auge alcanzado en la década de los noventa.
Marquetti, Capiró, Chávez, Kindelán, Linares, Pacheco, Gourriel… innumerable sería la lista de figuras del béisbol que hicieron historia en Series Nacionales y también defendiendo la enseña nacional. El béisbol merecía un espacio donde sean evocadas las hazañas de sus figuras. Sin embargo, los tiempos de ahora nada tienen que ver con los de antes. La llegada del periodo especial marcó un antes y un después en este deporte, que vino a sentirse con más fuerza a partir del año 2000 cuando aumentaron las deserciones de las grandes figuras por las necesidades económicas que pasaban junto a sus familias y las tentadoras ofertas de los scouts de la Major Baseball League (MLB).
Paulatinamente este deporte se fue quedando sin jugadores. Cuba comenzó a perder los grandes eventos internacionales que dominaba a plenitud. Los estadios estaban vacíos. El deporte nacional perdió su horario estelar en las noches y pasó a jugarse en las tardes para ahorrar la electricidad de las luminarias. Las categorías menores dejaron de jugarse por falta de recursos. La captación de talentos se fue perdiendo a la par que crecía el interés por el fútbol. El éxodo comenzó a apoderarse también de las categorías infantiles, de las noticias y el béisbol fue perdiendo encanto y motivación y todo, por razones económicas.
Lo que sucede con el béisbol también pasa con el resto de las disciplinas deportivas. El país necesita abrirse al mundo, desarrollarse, nutrirse de nuevas técnicas, buscar formas no tradicionales de financiamiento que vayan más allá del presupuesto del Estado, topar al más alto nivel, insertarse en ligas foráneas, pero para ello se impone en primer lugar, darle autonomía al deportista y cambiar las mentalidades retrógradas que están a la cabeza de este deporte en la mayor de las Antillas.
En la actualidad, la Federación Cubana de Béisbol Amateur (FCBA) trata al jugador como mercancía de su propiedad, contradictorio a lo que criticara Fidel Castro en los años 60. Ningún atleta puede ser considerado agente libre y mucho menos abandonar una delegación oficial. Si no es por mediación de la FCBA, cualquier deportistas que realice un contrato en el exterior es tildado de desertor, traidor al movimiento deportivo y no puede representar al país en eventos internacionales. Todo ello para que la FCBA acapare un jugoso porcentaje del contrato del atleta por “concepto y gastos de formación”.
El deporte de las bolas y los strikes, más allá de la política, constituye un elemento identitario del pueblo cubano. Durante más de 160 años, su práctica ha sido testigo de los principales acontecimientos históricos de la isla. Cuba tiene el reto de salvaguardar este patrimonio inmaterial antes que se desvanezca o quede en la memoria de todos, como un valor intangible que nos pertenece, en nuestro; pero nos sabe amargo.
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