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¿Hacia dónde se fue el pescado?

Vivo relativamente cerca del surgidero de Batabanó, en Mayabeque, uno de los puertos reconocidos por el Estado cubano que tiene vital importancia por ser el enlace marítimo por excelencia con la Isla de la Juventud. Como en todos estos establecimientos, la pesca furtiva y el desvío de recursos constituyen gajes del oficio y muchos nativos viven del negocio del pescado. Sin embargo, fuera de estos lugares, en el país no se encuentra pescado en las tiendas donde se puede comprar en Moneda Libremente Convertible (MLC) “ni en los centros espirituales”.

Recientemente, el director de Regulaciones Pesqueras del Ministerio de la Alimentaria Ariel Padrón Valdés aseveró al portal oficialista Cubadebate que el sector de la pesca “no va a recuperarse a los niveles experimentados hace más de tres décadas”. O sea que, si algún antillano soñaba con saborear pescado en su mesa, deberá esperar un poco más para ello.

Muchos son los factores que responden a la más frecuente de la pregunta que se hacen los cubanos al sentarse a la mesa: ¿cómo es posible que estando rodeados de mar sea tan difícil comer pescado? El primero y más importante de todos es la ineficiencia y la corrupción de las entidades estatales responsables de este empeño; el segundo, la existencia de una deprimida flota pesquera y obsoletos medios de caza que aún se emplean.

También influye el área geográfica que no es muy fecunda en grandes poblaciones de especies marinas, las restricciones para ejercer libremente la pesca, la inexistencia de encadenamientos productivos y, no menos importante, la llegada del ordenamiento monetario y los nuevos esquemas salariales que afectaron al pescador y desestimularon aún más la producción pesquera.

Los  ciudadanos ven cómo se exporta buena parte de lo obtenido en el mar y cómo  se vende a los hoteles manjares marinos de lujo mientras que a las carnicerías sigue enviándose pollo en sustitución de pescado o croquetas elaboradas con los restos de estos. Todo ello contrasta con las cantidades que a diario son entregadas por quienes ejercen la pesca deportiva, una de las pocas vías legales aprobadas por la Ley de Pesca en Cuba para efectuar esta actividad y que solo le permite al pescador quedarse con 5 libras. Esta ley limitó aún más esta actividad en zonas turísticas y áreas protegidas. La pesca furtiva es penada por la ley con decomisos y multas de cinco mil pesos.

En Cuba, no es un secreto que las propias empresas pesqueras desvíen cantidades de pescado al mercado negro. De eso viven los propios cuadros, directivos y todo el engranaje subordinado a esta actividad. Gracias a ello, aunque a precios exorbitantes, un sector minoritario de la población puede comer pescado. Entre lo más barato que se vende, un paquete de minutas de 2 libras puede llegar a costar unos 300 CUP (12.5 USD), mientras que uno similar de filete cuesta 400 CUP (16.66 USD). La libra a granel puede conseguirse a 40 pesos. Fuera de ello, si no estás en un hotel, restaurante o tienes asignada una dieta médica, es imposible encontrar en Cuba este alimento.

Cuba llegó a registrar durante la década de los 80 un pico productivo de cien mil toneladas de pescado. Tal magnitud le permitió exportar un tercio de ese volumen y aun así, venderle a su población, un promedio de 18 kg. por habitante. Según cifras de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información, el país solo captura hoy veinte mil toneladas[1] —de esa cantidad, doce mil corresponden a pescado, cuatro mil a langosta y seiscientos a camarón, entre otros—y el cubano alcanza a consumir 3.8 kg. per cápita, estimación que está muy lejos de la realidad.

[1] De esa cantidad, 12 mil se corresponden con pescado, 4 mil con langosta y 600 de camarón, entre otros.

Orlando Pérez

Bloguero de Cuba te cuenta.

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