La pedrada sonó en la puerta a medianoche. Y enseguida se disparó la alarma de la hipocondría social; pero no hay tanta consagración en las hordas, a menos que sean instruidas al efecto. Minutos antes había escuchado un rumor animalesco en la calle, gente que pasa, se detiene y murmura.
Son atractivas mi calle y mi puerta. No hace mucho, a pleno día, una mujer lloraba y le suplicaba a un hombre que no la dejara. Sorprende la falta de pudor, esa manía exhibicionista que ni siquiera es consciente, fruto de la condescendencia con un sistema que no solo obligó a rasgarse las vestiduras sino también a regalar el alma.
Mi puerta es criolla, de raro metal fundido, aleación de menesteres e imposibilidades. Vaya mala suerte de iluminación. El único farol “vivo” del alumbrado público es el que está frente a mi puerta. ¿Serán disposiciones de ahorro cuando han aumentado los robos? Alternancia de faroles: un poste sí, un poste no, a veces uno sí y muchos no. No hay patrón lógico en las alternancias del sistema, alternancias que no son, ni mucho menos, alternativas. Lo constaté visitando a unos amigos que viven en el décimo piso de un edificio que tiene 18. A escoger: te quedas en el piso 11 y bajas uno, o te quedas en el piso 9 y subes al 10. Porque el edificio tiene dos elevadores programados para detenerse en pisos alternos. No está mal un poco de ejercicio. Solo que ambos se detienen en los pisos impares.
La piedra y mi puerta. La calle desierta. La noche siguiente, el mismo rumor y la misma secuencia. Me asomé con ánimo de ofrecerle un rostro a mi puerta. Las sillas de ruedas tienen gran capacidad persuasiva, aun en presencia de la irracionalidad. Ya la habían olvidado, mi puerta, los chiquillos, hijos de la Patria socialista, enfundados en alcohol, botella en ristre. Época curiosa. ¿Dónde encontraron el ron, que solo se vende en MLC? Igual alguno de esos muchachos tiene un padre en el extranjero que le deposita dinero en la cuenta con regularidad. Igual su padre está en Cuba y hace el “sacrificio”. MLC aparte, los conocí, botella en ristre, intentando arrancar una rama del árbol frente a la casa. Una rama cuyo único pecado consistía en estar al alcance de las manos de los transeúntes, con el marcado interés de acariciarlos al pasar, de brindarles cercanía y cobijo, que el sol es fuerte cuando no es impetuosa la lluvia.
Se fueron dejando la rama como una sonrisa quebrada, más estorbo que caricia. Hubiera preferido otra pedrada en mi puerta. Y me dije que siempre ha sido así, que son los inocentes, puertas o árboles, los que pagan la frustración en una cadena sin fin de irrespeto y discordancias. ¿Pudiera haber sido de otra manera en un país que, por batallar, lo ha hecho hasta con los mosquitos? ¿Pudiera haber sido de otra manera en un país cuyo gobierno llama delincuentes a sus hijos después de haberlos educado? ¿Pudiera haber sido de otra manera en un país que se ha dedicado a cavar trincheras en vez de cavar surcos para sembrar?
Las redes sociales han mostrado la cara más pedante de la violencia. Mal que le pese al régimen, ya no es tan sorprendente que en alguna ciudad de los Estados Unidos haya un tiroteo y mueran cinco personas. Es noticia oficial y diaria en Cuba. Se ha convertido en “normal”. El uso la ha banalizado. Sin embargo, preocupa sobremanera que un día se conozca de la muerte de un músico en Baracoa, ultimado por disparos de un policía “fuera de servicio”; y otro día aparezca la noticia de un delincuente apuñalado por quienes lo sorprendieron robando. Y como ironía soberana, que otra persona muriera en un ajuste de cuentas en una calle llamada Justicia. ¿Justicia de quién? ¿Justicia para quién?
De Perogrullo es que Cuba se agita en la cima de un volcán desde el triunfo revolucionario. Continuidad, si existe, es la de la violencia de la dictadura de Fulgencio Batista que no cesó con la llegada de Fidel Castro al poder. Solo cambió de pretextos. Lo que hay en el gobierno actual es inercia. Mientras se pudo exportar el odio, no hubo problemas. El odio es un negocio fructífero. América Latina y África han hervido con el odio inoculado por el régimen cubano. Parecía una transacción pensada. Cuba ya tenía militares en África en 1959. Y en 1962, la Crisis de Octubre reveló hasta dónde estaba dispuesto a llegar el gobierno cubano en cuestiones bélicas. Después, cuando la Unión Soviética y el campo socialista se convirtieron en rescoldo de utopías, se inventó aquello de “la batalla de ideas”. El presente es el etcétera de entonces.
Es ingenuo quien espere una respuesta no violenta dentro del socialismo. Lo demostraron la represión de las protestas el 11 de julio de 2021 y los juicios posteriores. Luego, los actos de repudio a los que intentaron manifestarse en noviembre del mismo año. También es ingenuo pensar que esos actos no tengan consecuencias. Cuando reprimen las fuerzas policiales, la canalización de la ira y la impotencia busca de manera inconsciente al pez chico. La miseria siempre termina justificando la violencia. Y la violencia siempre termina justificando al sistema.
Mientras tanto, Perogrullo reside en Cuba. Y vive bien. Son obvias la pedrada en mi puerta y la rama malherida. Es obvio el alcohol de los adolescentes y el alcoholismo en los adolescentes. Son obvias las peleas por lo mínimo cuando nunca ha sido tan máximo. Es obvia la falsedad entre vecinos, cuando sigue registrándose la basura nocturna para detectar el nivel apócrifo de sus restos. Es obvio estar de espaldas a la realidad, observando la posibilidad de alguna otra orilla por venir que se convierta en porvenir. Entonces, es obvio el resultado patente de lo obvio. Si alguien quiere saber por qué no cambia Cuba, por favor, pregúntele a Perogrullo.
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